Alrededor de 190 millones de personas padecen dolor crónico en América Latina, lo que representa el 30% de la población, señala la Federación Latinoamericana de Asociaciones para el Estudio del Dolor. Se estima que un paciente con dolor crónico tarda 2 años en promedio para recibir un diagnóstico adecuado.
Expertos latinoamericanos en dolor crónico advierten que la actual crisis sanitaria no solo ha dilatado la detección oportuna de esta condición, sino que, además, alrededor del 50% de los pacientes con diagnóstico no han podido recibir un manejo y seguimiento apropiados, debido a que la mayoría de los centros de salud han tenido que priorizar la atención de pacientes COVID-19, y a que los pacientes con enfermedades crónicas, incluyendo los que padecen dolor, son considerados población de riesgo por sus trastornos inmunológicos.
El Dr. Joao García, presidente de la Federación Latinoamericana de Asociaciones para el Estudio del Dolor (FEDELAT), sostiene que esto agrava el estado de salud y el cuadro clínico de los pacientes quienes incluso pueden caer en la automedicación. “Es un impacto inmenso en términos de salud pública, porque estamos hablando de más de 90 millones de personas cuya condición empeora todos los días debido a esta situación”.
Al respecto, la Dra. Argelia Lara-Solares, Jefe de Medicina del Dolor y cuidados paliativos del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición de México, asegura que “el dolor crónico se comporta como una epidemia silenciosa, sus secuelas son devastadoras por el grave deterioro funcional que ocasiona y el profundo impacto emocional, social y económico que tiene no sólo para los afectados directos, sino para la sociedad en su conjunto”.
Por ejemplo, advierte la especialista, ya antes de la pandemia el correcto diagnóstico de esta enfermedad podía tardar, en promedio, 2 años. “En ese plazo, los pacientes, pese a buscar ayuda médica, no suelen recibir respuestas sobre lo que les ocurre porque al dolor crónico tradicionalmente se le ha catalogado como un síntoma y no como una segunda enfermedad, a la que hay que tratar como tal, adecuando el tratamiento para cada caso en particular”.
El dolor crónico limita las oportunidades de ser económicamente productivo, de tener relaciones familiares y sociales plenas y, en conjunto, de llevar una vida satisfactoria. De hecho, aproximadamente el 30% de las personas con dolor crónico tiene dificultades para mantener un estilo de vida independiente y son más propensos a presentar trastornos emocionales, como ansiedad y depresión, detalla la Dra. Lara-Solares.
Esto ocurre pese a que el dolor crónico ha sido catalogado como una enfermedad en sí misma en la Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD-11 por sus siglas en inglés) y a que la Organización Mundial de la Salud (OMS), considera su atención, así como el alivio del sufrimiento físico, como temas prioritarios de salud pública.
El Dr. García explica que aún persisten algunas barreras que restringen la capacidad de respuesta de los sistemas sanitarios, como la falta de información acerca de esta enfermedad y del manejo adecuado de los tratamientos según el tipo de paciente, la carencia de programas de formación médica en la materia y el limitado acceso a los tratamientos. “Todo ello provoca que en América Latina tengamos el triple de personas con dolor crónico de las que existen en el resto del mundo: al no atenderlos correctamente y a tiempo, su condición empeora y es cada vez más difícil brindarles el alivio que necesitan para continuar con sus vidas”, concluye.
Con el fin de visibilizar esta problemática y promover un mejor entendimiento sobre esta enfermedad en el marco del Día Internacional Contra el Dolor, el pasado 7 de octubre se realizó el “Primer taller latinoamericano de dolor crónico para periodistas”, organizado por Grünenthal con la participación de especialistas latinoamericanos en manejo de dolor, la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia (RedMPC) y la periodista científica y editora de la sección Ciencia y Salud del diario La Nación de Argentina, Nora Bär.
Durante el taller se resaltó la importancia de impulsar y facilitar espacios de comunicación para visibilizar las enfermedades desatendidas como el dolor crónico, y los posibles efectos de COVID-19 sobre ellas.